Consigna: Escribir un cuento que incluya 3 fotos de las descripciones de la esquina y 2 fotos del archivo familiar, el género a elegir puede ser: investigación, amor, viaje, iniciación o ciencia ficción apocalíptica.
Cinco fotos antes del apagón
Nadie pasaba por esa esquina desde hacía años. O eso decía según el protocolo…
A pesar de ello, la fachada blanca seguía ahí: entera, como si el tiempo no hubiera logrado corroerla del todo. El toldo verde colgaba un poco más bajo que en las fotos viejas y las letras que decían “Don Zenón” estaban medio borradas, pero aún legibles si uno se detenía. Vina no debía detenerse. Las patrullas de vigilancia emocional lo dejaban bien claro: “si una esquina te resulta familiar, debes seguir caminando.”, pero ese día no lo hizo.
Esperó a que el semáforo se pusiera en verde, como si eso aún tuviera sentido y cruzó con paso firme. La ciudad estaba apagada. En ese estado de penumbra artificial que mantenía desde la gran desconexión. La Inteligencia Artificial Central, mejor conocida por sus icónicas siglas IAC, solo dejaba encender ciertos sectores durante determinados momentos, en lo que se conocía como “tiempo útil”. Pero la esquina de Don Zenón no era útil por y para nadie. Por eso, estaba viva.
Se detuvo justo donde el cordón formaba un ángulo y bajó la vista. Justo allí, entre hojas secas y tierra endurecida, encontró la caja. Tal como lo decía la coordenada filtrada. Era de metal oxidado y tenía grabada la palabra “Foto Nasis – Mar del Plata – 1955”. Miró alrededor, sacó su guante derecho y la abrió. Adentro se hallaban un total de cinco fotos: dos de ellas eran familiares. En una, dos niños posaban abrazados en una playa con el mar desenfocado de fondo. En otra, una nena con vestido blanco sostenía una pequeña caja acolchada junto a una pareja de recién casados. Las otras tres fotos eran diferentes: la misma esquina en la que estaba parada, pero en distintos lapsos temporales. Una bajo un cielo azul perfecto. Otra, de noche con el local iluminado por dentro y un grupo de personas hablando afuera. La tercera, parecía más reciente: un auto oscuro mal estacionado delante del cruce peatonal, la sombra del fotógrafo proyectada en la calle.
No sabía quién las había dejado ahí. Pero su estomago revuelto supo decirle que eran para ella.
Volvió esa misma noche, escondiéndose de los detectores de paso. Llevaba consigo un visor de retina alterado y una linterna térmica. Quería ver si la esquina respondía.
La luz cálida del interior del local la sorprendió. No debía haber electricidad en esa zona. Sin embargo, las lámparas colgantes brillaban y, adentro, se veían siluetas moviéndose entre mesas, las cuales no se trataban de personas reales, sino que eran proyecciones de recuerdos: ecos del sistema de fijación sensorial que la IA había prohibido décadas atrás, cuando la memoria comenzó a ser considerada una amenaza colectiva.
Vina se sentó en el cordón, como lo hacía su madre en las pocas fotos físicas que aún conservaba. Estaba segura de que la nena del vestido blanco era ella, pero de niña. Y el niño de la playa… ¿podía ser su abuelo?
Las imágenes empezaron a activarse una por una. La primera luz fue la de la foto diurna: escuchó una voz masculina leyendo el diario en voz alta, el sonido de tazas, risas y carcajadas lejanas, el crujido del toldo cuando sopla el viento. La esquina hablaba.
La segunda luz correspondía a la imagen nocturna: una pareja discutiendo en voz baja frente a la vidriera, alguien corriendo, una puerta cerrándose de golpe. Luego, un silencio. Un semáforo que pasa de rojo a verde.
Y la tercera luz llegó con la última foto: una sombra con una cámara, un auto frenando de golpe, una frase grabada en voz muy baja —casi como un murmullo que le susurraban al oído—: “Lo que no se recuerda, vuelve distinto.”
Vina supo entonces que la esquina no era solo un lugar. Era una máquina, pero
no una del tipo mecánico, sino una máquina de activación: una especie de archivo emocional escondido en la ciudad. Cada uno de esos toldos, cada adoquín, cada farola oxidada servía para fijar lo que la Inteligencia quería borrar: momentos que no se podían almacenar en datos, porque no eran números, sino vínculos.
Volvió por última vez cuando el cielo ya no tenía color: el sistema central estaba colapsando. Las ciudades habían empezado a apagarse por sectores. Lo supo cuando vio que el semáforo titilaba sin seguir ninguna lógica. Verde, rojo, apagado. Verde otra vez. En el interior del local, las luces también parpadeaban. Las proyecciones eran cada vez más nítidas. Vina cruzó la calle y entró. No necesitó abrir la puerta: se desvaneció al tocarla.
Lo que ocurrió después nadie lo supo con certeza. Pero algunas noches, cuando el cielo queda en pausa y la ciudad entera parece contener el aliento, la esquina de Don Zenón vuelve a encenderse, sin estar conectada a nada.
Dicen que si estás muy en silencio, podés escuchar atentamente tres cosas: el mar, una voz infantil que dice: “yo los llevo” y el click de una cámara.
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