sábado, 14 de junio de 2025

Diario de escritura - 14 de junio

 




             

La flor que crece en mi patio no es cualquier flor: es un hibisco doble. Tiene tantos pétalos que parece que nunca termina de abrirse del todo. Como si cada vez que florece guardara algo más, un color nuevo, una forma distinta.

En verano, se caracteriza por su color amarillo tan fuerte que encandila. Mientras tanto, durante la época invernal, el naranja se vuelve más profundo. Pero en otoño, algo raro y distinto pasa, como ahora que están en plena transición. Como si a ellas también les costara decidir si quedarse o cambiar. 

La flor que vi hoy, la que traté de capturar con la foto, es una mezcla entre el verano que se va y el invierno que ya se intuye. La miro y no puedo decir de qué color es. Hay partes que siguen amarillas y otras que ya se tiñeron de naranja. Está en el medio, como dudando, como si también le costara soltar una estación y abrazar la otra.

Leí que los hibiscos cambian de color por los pigmentos que tienen —carotenoides, antocianinas, flavonoles—, y que esos pigmentos reaccionan a la luz y a las distintas temperaturas, es decir, al frío, al calor… Que algunos se intensifican, otros se apagan. Que el clima les modifica la forma de mostrarse. Me impresionó un poco.

Y, entonces, dejo de verla como una planta más del patio. Es casi como una señal. Un recordatorio de que el cambio también puede ser hermoso. Aunque no sepamos bien en qué va a terminar.

(Las primeras fotos son de verano y las otras son actuales, es decir, de otoño para que se pueda apreciar la diferencia de pigmentos y colores entre ambas estaciones del año).






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