Mientras hacía la fila para comprar pochoclos en el shopping, antes de entrar a ver la nueva película de Destino Final, me quedé escuchando sin querer (aunque en realidad sí quería) una conversación que tenía lugar justo delante mío. Era una chica adolescente, acompañada por sus dos papás. Hablaba con entusiasmo, casi sin tomar aire entre frase y frase.
No me acuerdo con precisión o a detalle lo que decía, pero el tono y la emoción me quedaron grabados. Algo así como:
—¡Posta, boludo! ¡El Duki le mandó un video a la Jime! No sabés lo que lloró cuando lo vio, mal. Tipo… lloró.
Los padres se reían, uno le preguntó si era para un cumpleaños, y ella asintió, como si fuera obvio:
—¡Obvio! Para los quince. Le hizo como: “Jime, feliz cumple, que la rompas toda”. Imaginate. Se va a creer que son amigos.
Me pareció tierna la escena y, a su vez, me asombró. «¿Cómo había conseguido un video del Duko? ¡Yo también quiero!» pensé.
Esa mezcla de admiración adolescente y ese momento compartido entre pochoclos, cine y charla familiar. Pensé en cómo algo tan simple como un video grabado puede volverse un tesoro emocional para alguien. También, me hizo preguntarme si alguna vez yo había sentido eso por un famoso. Creo que no, pero me hubiese encantado tener ese tipo de emoción tan pura por algo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario