martes, 3 de junio de 2025

Fábrica de Terrabusi

Julieta Cristina Fava

Comisión 5 - Profesor: Santiago Castellano


Consigna: Escribir un cuento a partir de otro de alguna de las notas del DIARO de Escritor/@, puede tener que ver con alguna frase o cartel, con los sueños, un diálogo o un objeto anotados, de tono policial, que incluya las palabras: "perro negro", "reloj de pie", "enano", "espejo roto", "¡cuidado!", "cuchillo herrumbrado". Extensión libre. 


Eran las 6.32 de la mañana, cuando sonó la alarma. Esa mañana me tocaba rendir el parcial de Teorías de la Comunicación. Por lo tanto, estaba con el sueño liviano y muy exhausta.

Me preparé algo rápido para desayunar —no estaba con apetito, pero tenía que evitar de alguna forma que se me baje la presión— y agarré los resúmenes para repasar arriba del 100. El viaje se hizo eterno: no terminaba más, mi cabeza y mi panza daban vueltas: no veía la hora de volver a casa para poder descansar de todo el estrés y cansancio tanto físico como mental que venía acumulando. 

El chófer no escuchó el timbre y siguió de largo. Me bajé un par de cuadras más adelante. Ya en la vereda, pude darme cuenta que me encontraba en la esquina de la facultad. 

Al caminar, pude observar que no todo estaba en orden: la entrada no contaba siquiera con su fachada tradicional, sino que estaba llena de escombros, a medio revocar y techos sin terminar. A su vez, me extrañaba que no esté lleno de estudiantes. Solo vi un par al igual que yo: confundidos y sin entender nada. Uno de ellos, tenía que dar el examen también. Le pregunté si sabía el porqué la facultad estaba así.

—Dicen que están remodelando—me dijo—. Pero para mí, es otra cosa.

El pasillo de entrada estaba cubierto de polvo, cables y vidrios junto a un par de hombres trabajando para avanzar lo más rápido posible en la construcción de aquel lugar que era todo menos la facultad. 

En medio de los restos, algo brillaba: un reloj de pie, con el vidrio estallado. A pesar de todo, sus agujas funcionaban a la perfección. Marcaban las once en punto. El péndulo se movía, ocasionando que ese tic-tac me empezara a desesperar.

Quise dar media vuelta para inspeccionar un poco el lugar y orientarme para no llegar tarde al aula, ya que la entrada ya no estaba, sino que un muro de ladrillos. El corazón me empezó a palpitar cada vez a mayor velocidad: estaba a punto de un ataque de pánico.  

A lo lejos, comienzo a escuchar los ladridos de un perro que se iba acercando. Al girar, ahí estaba: un perro negro sentado, mirándome fijo de forma penetrante sin ladrar. 

Me acerqué con cautela. El perro negro no se movía. Sólo me observaba. No parecía agresivo, ni tampoco perdido. Cuando estaba a pocos metros, se levantó y comenzó a caminar despacio, como esperando que lo siguiera.

Sin pensarlo demasiado, lo hice.

Todo parecía detenido en el tiempo, como si alguien hubiera abandonado la obra de un día para el otro. Pero el perro seguía adelante, seguro, como si conociera el camino.

Pasamos junto a un espejo roto, inclinado contra una pared caída. Me detuve un segundo a mirarme. Pero el reflejo no era el mío. Era parecido… pero no era yo. Al acercarme, una voz —no sabría decir si la escuché o si la pensé— emergió desde el espejo:

”¡Cuidado!”

Di un paso atrás, temblando. El perro ladró una sola vez. Fuerte. Y siguió caminando.

En ese momento algo en mí se quebró. Empecé a recordar cosas que no sabía que sabía. Sensaciones. Fragmentos. Un grito. Una caída. Frío.

Finalmente llegamos a un aula. O lo que quedaba de una. La puerta estaba colgando de una bisagra. Había alguien esperándome: un hombre pequeño, de rostro viejo y mirada hundida. En vez de lapicera, sostenía un cuchillo herrumbrado.

—Llegas tarde —me dijo, sin levantar la voz—. Pero igual tenés que rendir.

Me extendió una hoja, amarillenta, manchada en una esquina. Me senté. No sabía por qué lo hacía. Escribí mi nombre, pero no era mi letra. No era mi apellido.

Ese no era un examen. Era una reconstrucción. Una repetición de mis últimos pasos. El perro negro era mi único guía. El reloj, la última hora. El cuchillo… mi final.

Y yo, simplemente, estaba recordando.

Fue entonces cuando lo escuché. Una voz. Real. Cercana.

—Juli, dale, son las nueve menos cuarto. ¡Tenés que salir volando o llegás tarde!


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Diario de escritura - 14 de junio

                La flor que crece en mi patio no es cualquier flor: es un hibisco doble. Tiene tantos pétalos que parece que nunca termina d...